Historia de la Vida Cotidiana
Textos, conferencias, entrevistas, investigaciones y más.

Retazos de una vida.
Primera parte

Todos creemos que la hemos olvidado ¡éramos tan chicos! Es cierto. Apenas puedo recordar algunas imágenes y sólo las he ido comprendiendo porque quienes eran adultos me las contaron después.

Años más tarde, cuando dejaron de burlarse de mis miedos (puesto que cualquier ruido podía ser una bomba), me explicaron que lo que sufrimos fue el bombardeo de Bilbao, donde mi madre se había refugiado, con mi hermana y conmigo, junto a su hermano, buscando la seguridad que no podía tener en Madrid, donde quedó mi padre. Era verano. Ella iba en busca de la frescura del clima del norte y de las aguas curativas para las dolencias del hígado, en el balneario que le habían recomendado. Mi padre nos alcanzaría después.

Hubo un tiempo en que todavía se podía salir de Madrid, pero mi padre pensó que no podía haber riesgo en quedarse donde residía el gobierno legítimo, el único en el que confiaba. Él estaría siempre con el orden, la legalidad, la justicia ¿acaso tenía algo que temer? 

Poco después la guerra se hizo más dura, más extendida, más amenazadora para la población civil. Bilbao, la capital, como todos los pueblos de Vizcaya (sin olvidar Guernica) no era lugar seguro y mi madre logró alcanzar el último barco inglés que recogió a mujeres y niños fugitivos en busca de lugares en paz y nos llevaron a Francia.

Ya en Biarritz tengo el que podría ser mi primer recuerdo, aunque sin duda lo he elaborado a partir de los relatos familiares. Según me dicen que sucedió, mi madre contaba los escasos billetes y monedas que había logrado reunir y entró en una panadería/pastelería donde intentaba comunicarse en euskera y en fragmentos de su deficiente francés.

Me llamó la atención aquel pastel con una bonita cereza. Naturalmente tenía que probarla y me la comí. Parece que no me gustó porque, según me relataron, acudí con el resto del pastel en la mano y muy seriamente a informar a mi madre y la señora que nos atendía: “la nena no quiere más”. Ahí quedaron los ahorros de mi madre, que pagó por el pastel. Tenía por entonces poco más de dos años (verano de 1937). Confío en la veracidad del relato, con todo y mi correcta explicación, a los dos años y medio. Siempre me gustó hablar y casi siempre lo hice muy bien.

No sé si fue entonces o algo más tarde cuando comencé a cimentar mi fama de “niña mala” que no merecía y creo que nunca merecí, porque siempre actué en la forma que yo creía correcta. Creo que es oportuno aclarar que en la España de hace 80 años el adjetivo mala se utilizaba como traviesa, rebelde o inconforme. Yo no sabía que era algunas de esas cosas.

De Biarritz, ya por tierra,  pasamos de nuevo a España, pero a la zona “liberada”, en la provincia de Guipuzcoa, que pronto fue territorio de los que se llamaban a sí mismos los “nacionales”. Había nacido “la España de Franco”, que se mantendría, más o menos saludable otros cuarenta años.