Historia de la Vida Cotidiana
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¿Vida cotidiana en los barcos?, Flor Trejo Rivera

¿Vida cotidiana en los barcos?

Flor Trejo Rivera

Cuando estaba terminando mi licenciatura en Etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), me atraía la temática de historia de las mentalidades y conocer aspectos de la vida cotidiana en la época virreinal. Durante la carrera no tuve ninguna materia que me acercara a esas líneas de investigación, ya que el enfoque y el interés de la Etnohistoria estaba concentrado en recuperar la historia de los vencidos. Finalizada la licenciatura y con mi carta de pasante, el historiador Alberto del Castillo, en ese entonces profesor de la ENAH, abrió un seminario de tesis sobre historia de la Inquisición en la Nueva España. En ese momento, era una línea de investigación muy novedosa para la Escuela y alejada de los intereses principales del alumnado. Me inscribí en el seminario y al revisar procesos inquisitoriales en el Archivo General de la Nación, surgió mi tema de tesis: La imagen de lo femenino en los discursos inquisitoriales a partir de procesos contra hechiceras en el siglo XVII en Querétaro.

Recién titulada me contrataron para hacer investigación histórica en un proyecto de arqueología subacuática en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Inicié investigando en archivo sobre un naufragio ocurrido en el golfo de México en el otoño de 1631. La lectura de los momentos críticos a bordo de un barco me cautivó muy pronto. Sin embargo, al poco tiempo, supe que la Dra. Pilar Gonzalbo, entonces directora del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México, necesitaba becarios. Logré una cita y, a pesar de mi currículum de tres líneas escasas, me aceptó. Me contó sobre su proyecto, su hipótesis, lo que esperaba encontrar en el archivo y mi misión de buscar la información en el Archivo de Notarías. Recuerdo varias cosas de ese encuentro, pero lo que me dejó muy impresionada fue la claridad con la cual expresó su tema y cómo las fuentes históricas nutrirían esa mirada de un aspecto de la historia, que precisamente era la vida cotidiana en la Nueva España. Cada semana llevaba mis fichas y la doctora Gonzalbo se detenía a revisar cada una y comentarla conmigo. En ocasiones algún dato la emocionaba más que otro y también la ausencia de información se transformaba en interpretación. De esa manera inició mi formación sobre un tema novedoso en el campo de la historia. Para mí, no había mejor regalo que aprender a su lado, no como alumna formal, sino como becaria de investigación.

En ese periodo también inicié mis estudios de maestría en Historia en la UNAM. Mi intención era hacer una tesis sobre vida cotidiana en los barcos, pues mi trabajo en el INAH me había permitido acercarme al tema marítimo y la experiencia con la doctora Gonzalbo a la vida cotidiana novohispana. En mi primer semestre, en una asignatura sobre metodología de investigación, como trabajo final debíamos elaborar un proyecto de tesis el cual revisaríamos a lo largo del semestre. Mi primera entrega fue por supuesto una propuesta para estudiar la vida cotidiana a bordo y también mi primera sorpresa fue el rechazo del tema. La profesora, expresó de forma contundente que no existía tal tema porque no había fuentes para reconstruir la vida en los barcos. Como tenía numerosos expedientes de varios archivos de España y México que precisamente mostraban lo contrario y además contaba con la experiencia con Pilar Gonzalbo sobre cómo mirar las fuentes para descubrir la vida cotidiana, mejoré el proyecto, puse ejemplos y lo presenté de nuevo a lo largo de varias sesiones. A pesar de la evidencia también fue rechazado y obtuve un ocho como calificación final.

La oportunidad para escribir sobre la vida en los barcos se presentó cuando, aún sin terminar mi periodo como asistente de Pilar Gonzalbo, nos invitó a sus tres becarias, a participar en un seminario sobre historia de la vida cotidiana en México que estaba organizando en el Colegio de México. El elenco de invitados era excepcional. Arrancaba un proyecto de larga duración para estudiar diferentes aspectos de la vida cotidiana a través de diversos momentos históricos de México. Aprendí muchísimo, ya que había una distancia enorme entre un seminario de estudiantes de maestría y un seminario conformado por reconocidos investigadores. Se discutió durante un año un grupo de lecturas para poder hacer nuestros planteamientos de temas a desarrollar. Cuando llegó el momento, de nuevo presenté mi tema de investigación: vida cotidiana a bordo. La recepción fue de asombro y curiosidad, y se discutió una cuestión interesante: ¿dónde colocamos a los barcos? Una embarcación pertenece a diversos lugares al mismo tiempo, así que se acordó incluirlo en el ámbito de las ciudades y mi proyecto echó anclas en el Tomo II La ciudad barroca, coordinado por Antonio Rubial. Con ello pude desarrollar mi primera propuesta sobre cómo abordar la vida cotidiana en las travesías trasatlánticas. Plantee el barco como una ciudad flotante donde, en un espacio reducido y en medio de un ambiente hostil como es el mar, se reproducen a bordo jerarquías, actitudes y formas de vida de la sociedad que representa el barco. Y precisamente, las adaptaciones de la vida diaria en un territorio flotante evidencian tanto los mecanismos de relación social de un grupo como los momentos de tensión. Un barco es un microcosmos y la mirada del historiador a estos momentos en alta mar, es como acercar una lupa a las normas de comportamiento que inevitablemente se relajaban durante el trayecto, a la manera de resolver el alojamiento y la alimentación para una larga travesía, así como la diversión, entre otros aspectos. Al estudiar el barco como un microcosmos, surgieron nuevas posibilidades de investigación para acercarse al universo de las vivencias, sentimientos, formas de adaptación y creencias que se generaban a bordo.

Así, una vez que el barco y el mar se hicieron presentes, fue posible reflexionar desde lo náutico en torno a las preguntas que dirigieron nuevos proyectos temáticos, desde los sentimientos como el sufrimiento, el miedo, el amor y el honor, hasta una reflexión sobre fuentes y los siguientes caminos en el estudio de la vida cotidiana. De estos sentimientos, el amor al mar fue el más difícil de encontrar en las fuentes. Tanto pasajeros y tripulantes, al menos hasta el siglo XVIII, expresaban con mayor intensidad las incomodidades de los barcos, las enfermedades sufridas, el miedo de cruzar una gran extensión de agua, ya sea por las posibilidades de un ataque pirata o sufrir un evento climático como una tormenta o huracán. Aunque en un primer acercamiento navegar sea casi un sinónimo de sufrimiento o peligro, debido a las condiciones insalubres de las naves y las posibilidades de un accidente en el trayecto, llama la atención que en la documentación francesa o inglesa sí se encuentra una perspectiva positiva de los mares, mientras que en las fuentes hispanas el amor al mar se asemeje más a un pasajero invisible. Quienes escribieron sobre las bondades del mar, usualmente no habían puesto un pie en una embarcación.

Un reto diferente fue escribir un texto sobre las fuentes arqueológicas para el estudio de la vida cotidiana, redactado para la obra La historia y lo cotidiano, editado por Pilar Gonzalbo. En mi tarea de historiadora dentro de proyectos de arqueología subacuática, mis investigaciones se dirigían a resolver cómo la investigación histórica puede contribuir para comprender sitios arqueológicos producto de un accidente naval. Es decir, localizar en archivo información para identificar los vestigios de naufragios o datos para determinar áreas de búsqueda de embarcaciones específicas, como es el caso del galeón Nuestra Señora del Juncal, hundido en el golfo de México en 1631, navío que estudio desde hace más de 25 años. La participación en el libro La historia y lo cotidiano me obligó a hacer una reflexión en el sentido inverso y pensar la cultura material como una fuente de información para el historiador. Es el primer texto donde escribo desde mi propia experiencia como historiadora a bordo de un buque de investigación oceanográfica. A partir de ello, he empezado a trabajar una nueva línea de investigación sobre el diseño de los instrumentos de navegación a fin de reflexionar sobre lo que la materialidad de un objeto puede informar y que las fuentes históricas no mencionan.

Mi participación en el libro ya señalado me llevó a incursionar en las palabras náuticas. En ese artículo indico que el historiador marítimo debe aprender a hablar el “idioma barco” a fin de familiarizarse con los vocablos especializados utilizados por los marineros para señalar partes del buque y las maniobras. Mis últimas publicaciones y conferencias se han enfocado en subrayar cómo la vida a bordo marcó a pasajeros y tripulantes de tal manera que ese lenguaje técnico bajó a tierra y se integró a nuestro vocabulario sin que actualmente seamos conscientes de todas las palabras que utilizamos cotidianamente y su sentido original náutico. Un ejemplo muy sencillo, es la palabra abordar, empleada en referencia a los aviones.

En mis años de estudiante de la ENAH y mi primer semestre en la UNAM buscaba acercarme al estudio de lo cotidiano. A dos décadas de mi primera experiencia en el tema, veo que abordar, nunca mejor dicho, la vida cotidiana en los barcos ha significado una oportunidad para comprender que traemos el mar en las venas y lo necesario que resulta estudiarlo en un espacio aparentemente alejado de nuestra realidad actual.