Retazos de una vida.
Sexta parte

«Una larga pausa»

Después de mi “aventura” de 1959 viajé y me establecí “siempre alternativa y definitivamente” en México y en España. En 1980 ingresé como becaria en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, en 1983 obtuve el grado de Maestría en la UNAM y en 1987 el Doctorado.

¿Habré olvidado referirme a los años que no aparecen en mi relato? ¿Me avergüenzo o me arrepiento? ¡NO!

Algunas compañeras, sin duda con razón, eligieron dedicar sus primeros esfuerzos a consolidar su carrera académica para disponer de sosiego más adelante en su vida familiar. Yo lo hice al revés. Lo urgente eran mis hijos, el afecto que nunca pude dar, la familia que no tuve, la estabilidad que siempre me faltó. Y antes que los hijos estuvo mi marido: un esposo fiel, trabajador honesto y padre responsable durante los 35 años que convivimos hasta su muerte. No es una receta de aplicación universal, pero estoy muy contenta con el resultado de mi decisión. Así que, sin más información y muy brevemente, les sugiero que imaginen mis actividades mientras contemplan la foto a la que acompañan estas líneas.

Es mi familia. En detalle y en el orden inverso del habitual: la chilpayata, la pequeñita que tengo en brazos, en la foto de 1966, es Ana, a la que quizá recientemente han visto ustedes en las presentaciones de su trabajo en videojuegos de rehabilitación de pacientes en proceso de recuperación por pérdida de movilidad de diferentes partes del cuerpo.

Un trabajo apasionante y absorbente, que ayuda a mucha gente. El chiquito risueño es Pablo, catedrático de la UNAM y autor de libros y artículos sobre códices, culturas indígenas y proceso de  integración en el siglo XVI. El muchachito algo más serio es Fernando, el autor de Ciudadanos  imaginarios, y de otros 15 o  17 libros más sobre política y sociología (ya le perdí la cuenta). Y la mayor, muy seria y responsable, paradita en el centro, es Paloma, antropóloga con pocos libros y artículos, comparada con sus prolíficos hermanos, pero cuyos cuadernos de trabajo de campo serían bestsellers si decidiese publicarlos.

Hasta ahora no lo ha hecho porque lo considera una falta de respeto para con sus informantes  y muy apreciados colaboradores. Así, simplemente como los escribió y quizá añadiendo sus experiencias hasta el día de hoy, cuando su vida misma se ha convertido en experiencia permanente de convivencia y respeto entre culturas diferentes. 

Mi marido falleció en 1995. Tras 35 años de matrimonio.